sábado, 10 de abril de 2021

10 experiencias que hay que tener para conocer lo mejor de Grecia

 


Por tierra y por mar el país heleno guarda muchas sorpresas que hay que descubrir


Enrique Sancho

Una leyenda griega dice que Dios distribuyó el suelo a través de un tamiz y usó las piedras que quedaron para construir Grecia que, por cierto, quedaron muy diseminadas en medio del mar. Es un país que es a la vez europeo, balcánico, mediterráneo y del Cercano Oriente. Se encuentra en la coyuntura de Europa, Asia y África y es heredero de la Grecia clásica, el Imperio bizantino y casi cuatro siglos de dominio turco otomano. Grecia tiene más de 2.000 islas, de las cuales unas 170 están habitadas, algunas de las islas del Egeo más orientales se encuentran a pocos kilómetros de la costa turca. Descubrir Grecia es un viaje apasionante por tierra, pero sobre todo por mar. La agencia VAMOS A GRECIA con 8 años de experiencia en Barcelona y apenas mes y medio en Madrid, de la mano de la pareja Alexandros, griego, y su mujer, Susana, una enamorada de la cultura y tierras griegas, proponen conocer Grecia como si se fuera de la mano de los auténticos griegos, lejos de las rutas convencionales y con un recorrido a medida de lo deseado.

Hay que animarse a visitar Grecia. Aquí proponemos 10 experiencias que hay que tener para conocer una parte del país:

Descubrir la historia de Atenas en el moderno Museo de la Acrópolis
La primera visita en Grecia es Atenas y la primera en Atenas es la Acrópolis, pero el moderno Museo de la Acrópolis es una de las visitas imprescindibles en Atenas, después de visitar su Acrópolis. Inaugurado en 2008, se trata de un edificio moderno de cuidada arquitectura contemporánea y cuya principal cualidad es su estructura de hormigón y cristal que proporciona una inusual transparencia hacia el exterior del edificio. Sus proporciones se basan en las del Partenón y está orientado hacia él de tal forma que desde las principales salas se tiene una visión real de la Acrópolis y del Partenón. Allí están numerosas esculturas e importantes piezas de los edificios de la Acrópolis, como son los Propileos, el templo de Atenea Niké, el Erecteion y el Partenón que dispone de una sala exclusiva. Otro de sus grandes atractivos es la Sala de las Cariátides, las famosas columnas con forma de mujer que sostenían parte del Templo del Erecteion de la Acrópolis de Atenas. Una curiosidad: la última planta del museo tiene las mismas dimensiones que el Partenón y está desviada con respecto al edificio para así quedar alineada con dicho monumento. Hay que dedicarle al menos dos horas a la visita.

Saborear un surtido de mezedes en el barrio de Plaka
Plaka es el barrio que se encuentra a los pies de la Acrópolis, podría considerarse como el casco histórico de Atenas, de hecho, es probablemente la zona poblada más antigua de la ciudad actual. Observado desde lo alto, parece un pequeño y pintoresco oasis inmerso dentro del centro ateniense. Un entramado de callejuelas y placitas unidas por escaleras que se entremezclan formando un laberinto por el bullicio de viandantes y comerciantes, hay que pasar por las calles Lisiou y Mniseklous, las más pintorescas y animadas. Durante el día se siente el ajetreo de los innumerables cafés, tabernas y tiendas que abarrotan las coloreadas calles. Filas de vasos multiusos, pulseras, esponjas naturales, amuletos con el mati (el ojo griego contra el mal de ojo), bisutería pero también plata y joyas a precios que quitan el sentido. Pero sin duda lo mejor del barrios son sus muchos restaurantes y tabernas, aquí llamados ouzerís, en los que degustar los típicos mezedes o tapas griegas, entre las que no pueden faltar la tradicional moussaka, el tzatziki, una crema a base de yogur, aceite de oliva, pepino y ajo rallados untada con pan de pita, el saganaki, una variedad de queso duro y graso frito en aceite de oliva y al que se le añade limón escurrido una vez servido, las kolokizokeftedes, croquetas de calabacín y hierbabuena, las keftedakia parecidas a las albóndigas tradicionales, con carne picada de cerdo y ternera mezcladas a la que se le añaden hierbas y especias, el dakos, un riquísimo aperitivo tradicional de la isla de Creta que lleva tomate triturado, queso y aceitunas sobre un pan y, por supuesto, todo acompañado de ensalada griega con queso feta, aceitunas negras, pepino, tomate y cebolla. Como postre una baklava, un pastelillo hecho con una pasta de pistachos y bañado en miel. Todo con vino blanco de la casa.

Revivir la historia en Salónica... o participar en el EuroPride 2020
La ciudad de Salónica es la segunda más importante de Grecia, pero en cierto modo poco conocida. Se trata de una urbe cosmopolita, moderna, vibrante y con el encanto particular de una ciudad convulsa en la que macedonios, romanos, bizantinos y otomanos formaron parte de su historia, y musulmanes, cristianos y judíos sefardíes convivieron en el tiempo. Una mezcla de culturas y arquitectura que todavía puede verse a través de su rico patrimonio. Visita imprescindible es la Torre Blanca, junto al paseo marítimo, construida por Solimán el Magnífico sobre los cimientos de una torre bizantina que sirvió tanto de prisión como de fortaleza, y que formaron parte de las murallas hasta que fueron destruidas en 1866. No muy lejos está la obra Paraguas, del artista Georgios Zongolopoulos, un lugar ideal para disfrutar la puesta de sol. 

Llenarse de historia en la viajes ciudades continentales
Aunque la tentación de viajar hacia las infinitas islas griegas es grande, hay que encontrar tiempo para visitar las antiguas ciudades continentales que marcaron hitos en la historia. El paisaje griego, montañoso y lleno de luz, está pintado con dos colores: el azul del mar, que es intenso y un verde de gama muy amplia en el que destaca el oscuro olivo. Las carreteras son buenas, aunque la sinuosidad del trazado, forzada por la orografía, demora los trayectos. Muy cerca de Atenas está el cabo Sunion, allí se alzan las ruinas del templo de Poseidón, desde donde se puede ver, a la hora del crepúsculo, una puesta de sol formidable: el mar Egeo encendido de rojo en el horizonte. Tampoco se puede dejar de conocer el lugar donde se celebraban los Juegos Olímpicos en la Antigüedad. En Olimpia uno se emociona al contemplar las ruinas del estadio original en el que se celebraban las competiciones. También existen restos del estudio de Fidias, el gimnasio y el Templo de Zeus. Corinto es otra de las paradas obligadas. Se encuentra a pocos kilómetros de Atenas, justo en el istmo que enlaza la Grecia continental con la península del Peloponeso. Y su mayor atracción tiene que ver con esa circunstancia geográfica: el canal de Corinto, que une el mar Egeo con el golfo de Corinto. En la antigüedad, los barcos, arrastrados por bestias, eran transportados desde tierra a lo largo de los seis kilómetros del istmo para evitar que tuvieran que dar la vuelta completa a la península. El camino continúa hacia Micenas, a pocos kilómetros, donde se encontró el tesoro y tumba de Atreo o de Agamenón, que se encuentra antes de llegar a las ruinas de la ciudad propiamente dicha. Se trata de una enorme tumba excavada en la roca, a la que se accede por un corredor descubierto construido con grandes bloques de piedra. No muy lejos está el teatro de Epidauro. Desde sus gradas se divisa un oleaje de montañas arboladas hasta el horizonte. Es uno de los teatros mejor conservados de la antigüedad y sigue usándose para conciertos y representaciones. La última etapa de la Grecia antigua será Delfos, un lugar elegido por los dioses. Por el dios Apolo, en este caso. Hace muchos siglos se creyó que este punto era el centro del mundo. Sus ruinas están alzadas en la pendiente del monte Parnaso, desde la que se contempla la inmensidad y desde la que las arboledas del paisaje parecen más espirituales que botánicas.

Sentir vértigo en los monasterios de Meteora
Meteora es un lugar de apariencia surrealista. Sobre la tierra se levantan unas moles rocosas verticales que parece la geología de otro planeta. Pero sobre las cumbres de esas torres de roca, además, fueron construidos en el siglo XIV varios monasterios de retiro y oración. Todo comenzó con unos ermitaños que vivían en cuevas altas para estar más cerca de Dios. Después comenzaron a fundarse los monasterios, inaccesibles, aislados del mundo. Incluso hoy en día, que ya han sido habilitadas escaleras y accesos, para llegar a ellos hay que gastar esfuerzo y sudor. Desde arriba, desde sus terrazas, el vacío cae a plomo. Quedan en pie seis monasterios que se pueden visitar. Hay dos de visita inexcusable: el del Gran Meteoro el más grande y el de Varlaam. En ambos, los frescos de sus iglesias, bien conservados, emocionan y asombran. En el Gran Meteoro no puede dejar de verse el refectorio que, a pesar de los aditamentos de que está lleno, conserva a la perfección la vaga soledad de la vida monástica. En el valle, a apenas diez kilómetros, la ciudad de Kalambaka recibe a los curiosos. Desde la distancia, esta pintoresca ciudad, anclada siglos atrás, ofrece una magnífica imagen de Meteora. Una serie de colinas, similares a gigantescas columnas separadas, sobre las que se asientan los increíbles monasterios. Los cenobios se turnan para recibir a los visitantes y no romper su clausura. Tan solo alguna de las monjas o monjes, elegidos, pueden tener contacto con los turistas. Actualmente, sinuosas carreteras permiten llegar a la cima, aunque siempre hay algún atrevido que prefiere practicar la escalada.

Seguir los paso de Mamma mia en las Espóradas
Aunque la isla de Kalokeri donde transcurre casi toda la acción de la célebre película Mamma Mia de 2008 (porque ha habido una segunda parte en 2018) o el hotel Villa Donna no existen, la mayor parte de los escenarios exteriores y algunas de las principales escenas, como la mítica boda final en la pequeña ermita de Agios Ioannis Prodromos, fueron rodadas en Grecia, en concreto en las Islas Espóradas, sobre todo en Skiathos y Skopelos. Mucho menos turísticas, aunque seguramente más bellas que las Cícladas o las Jónicas, estas islas tienen la peculiaridad de encontrarse dentro del Parque Marino, una reserva nacional de protección de especies en vías de extinción, como la tortuga caretta, el halcón de Eleonor y la gaviota de Audouin. Skiatos debe parte de su fama a la playa de Koukounariés, para algunos es la mejor playa de Grecia, que se llena en los meses de julio y agosto y que merece la pena ver fuera de temporada. Skopelos con sus iglesias y su fortaleza veneciana tiene un encanto que reside en parte en su paisaje, donde los viñedos y olivos sacan provecho de sus fértiles tierras. Skopelos es un caso peculiar ya que el rodaje de la película Mamma Mia con Meryl Streep y Pierce Brosnan revolucionó la isla hasta el punto que está viviendo todavía hoy una época dorada con turistas llegados de todo el mundo para ver las localizaciones paradisíacas que sirvieron de telón de fondo para el film.

Pasear por la isla de Hidra, donde los coches están prohibidos
Hay que optar por el paseo en burro, en bicicleta, a pie o en taxi acuático, porque en la isla de Hidra los coches están prohibidos. Se trata de una isla montañosa, con menos de 3.000 habitantes y escasa vegetación, con casas de piedra encaladas de blanco, un puerto histórico donde amarran veleros, caiques y yates. Su carácter único y muy pintoresco contribuyó a su transformación en un lugar cosmopolita, ideal para las vacaciones y el descanso. Artistas e intelectuales mostraron su admiración por la isla instalándose en ella, uno de los más famosos fue Leonard Cohen, y también la visitaron Melina Mercouri, Sophia Loren, Brigitte Bardot, Greta Garbo y Mick Jagger. Hay una ciudad principal, conocida simplemente como Puerto Hidra, un puerto de forma de media luna, alrededor del cual está la playa y los pocos establecimientos comerciales. En torno al puerto destacan las casas nobles diseñadas y construidas por arquitectos genoveses y venecianos. Algunas de ellas están abiertas al público. En medio del muelle y cerca del mar se encuentra el Monasterio de Teotocos, actual catedral de la isla.

Descubrir los misterios de la Atlántida y la mejor puesta de sol en Santorini
Aunque hay muchas islas que visitar en Grecia, la más conocida y visitada es Santorini. Lo típico hasta hace poco era subir desde el muelle a la ciudad en burro, nada menos que 600 infernales escalones que conducen a los hoteles o a los miradores, en la zona elevada de los acantilados, aunque ahora se han impuesto restricciones, especialmente a los gordos y se intenta proteger a los animales. Siempre queda la posibilidad de usar el teleférico. Las fachadas blancas y los dinteles y puertas azules de las casas de los pueblos que se asoman a acantilados que mueren en el mar, aparecen en cualquier postal de lugares turísticos de Grecia. También aquí, como en toda Grecia, se pueden ver ruinas, como las excavaciones de Akrotiri o de la antigua Thira, una ciudad del siglo IX antes de Cristo, pero Santorini es ante toda una isla para el descanso y el ocio. Lo mejor es alojarse en Fira, la capital, o en Ía, en la punta norte. Las dos tienen esa arquitectura de blancos encalados en líneas curvas y quebradas con remates de azul. Cualquier alojamiento posee una piscina colgada sobre el mar con vistas al volcán que se alza frente a la isla. Una visita que sí es recomendable es el nuevo Lost Atlantis Experience, una mezcla de museo y parque de atracciones dedicado al mito de la Atlántida que se dice estuvo aquí. Para acabar el día, nada mejor que tomar una copa (o dos) contemplando la puesta de sol en el Francos Bar, al borde de la caldera donde sólo ponen música clásica.

Disfrutar el ambiente gay y no gay en la isla de Mykonos
La isla de Mykonos está situada en el centro del archipiélago de las Cícladas y junto con Santorini es una de las más visitadas y escala imprescindible de todos los cruceros por el Egeo. Es una pequeña isla griega, pero mundialmente conocida tanto por sus paradisíacas playas, sus casitas encaladas y sus molinos de viento, como por sus fiestas. Las discotecas junto a la playa y la música electrónica son características básicas de Mykonos, por eso también es llamada "la Ibiza de Grecia". Las calles son angostas y laberínticas y están llenas de tiendas de todo tipo para hacer compras. El pequeño puerto de Mykonos está situado en el casco antiguo y en él se encuentran los barcos pesqueros de los habitantes de la ciudad mezclados con los yates de lujo. En el puerto también se encuentran buenos restaurantes donde poder disfrutar de la gastronomía típica griega con unas bellas vistas al mar. Una de las zonas más bellas y fotografiadas de la isla es la Pequeña Venecia o Alevkandra. Está situada en la parte baja de la ciudad y destaca por ser un conjunto de casas con la arquitectura típica construidas sobre el agua. Se trata de casas del siglo XVIII de dos o tres plantas y balcones de madera de colores orientados hacia el mar. Hay bares y restaurantes prácticamente colgados sobre el agua. En los últimos tiempos, Myconos se ha convertido en lugar de cita del público LGBT, destacando sus playas Paradise, Elia y Super Paradise, en la que se puede practicar el nudismo.

Intentar visitar el Monte Athos (sólo si eres hombre)
El Monte Athos es un auténtico Estado autónomo en el interior de la soberanía griega. Esta franja de tierra está considerada sagrada y es montañosa, la cumbre más alta llega a los 2.039 metros sobre el nivel del mar, de gran belleza natural: aquí se encuentran 20 monasterios ortodoxos, de los cuales 17 son griegos, uno ruso, uno serbio y otro búlgaro, con reliquias y monumentos religiosos de inmenso valor artístico, a menudo construidos sobre las cimas de pequeñas colinas. Sólo la comunidad monástica, que hoy cuenta con poco más de un millar de religiosos, puede establecerse en la península. Para los laicos hay la posibilidad de visitar el Monte Athos una vez obtenido un permiso especial, para las mujeres, sin embargo, está vigente la prohibición absoluta de acceso (no solo mujeres, cualquier animal de sexo femenino está prohibido). El procedimiento para obtener el permiso es largo y complicado, sobre todo para los visitantes no ortodoxos que están obligados a especificar en una carta el motivo de la solicitud, que puede ser exclusivamente por peregrinaje o por estudio. Hay un cupo diario de 120 peregrinos ortodoxos y 10 no ortodoxos. La solicitud de visita puede requerir varios meses antes de ser acogida. La península, accesible sólo en barca a pesar de estar unida a la tierra firme, tiene pendientes empinadas, valles verdes y una vegetación exuberante interrumpida aquí y allá por la arquitectura imponente de los monasterios, castillos bizantinos fortificados con paredes monumentales, todo ello alrededor de un patio. En el interior de los monasterios y de las numerosas iglesias hay una riqueza inimaginable a tal punto que el Monte Athos conserva la colección de arte cristiano más grande del mundo.





Le Havre, de los paisajes impresionistas a la ciudad impresionante

Espacio favorito de los pintores del XIX y de los arquitectos del XXI

Texto y Fotos: Enrique Sancho Cespedosa y Rebeca Rodríguez


Aunque algunos de los grandes momentos de Le Havre, la puerta del Sena al mar, se sitúan a finales del siglo XIX, cuando los grandes pintores impresionistas como Monet, Pisarro, Renoir, Sisley, Boudin o Raoul Dufy plasmaron en sus cuadros la belleza de su paisaje y de sus alrededores, como Etretat, Deauville, Honfleur y la un poco más lejana Giverny donde Claude Monet vivió durante 42 años, y el comienzo del siglo XXI vio la grandeza de las obras de grandes arquitectos, como Jean Nouvel, Reichen y Robert hasta hacer realidad el calificativo "Le Havre, Manhattan sur mer", en realidad es el siglo XX el que resulta definitivo para crear la entidad que hoy es Le Havre.

Porque en ese siglo Le Havre murió y nació de nuevo. En septiembre de 1944, cuando Paris llevaba liberado desde el mes anterior y el desembarco había tenido lugar en las playas normandas a pocos kilómetros del otro lado del Sena, acercando el final de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes se hicieron fuertes en la ciudad y se negaron a rendirse. Los Aliados descargaron su arsenal en el estratégico puerto y en la ciudad. Nada menos que 348 aviones británicos lanzaron el 3 de septiembre 1.820 toneladas de bombas explosivas y 30.000 bombas incendiarias sobre el Sudoeste de la ciudad. Repitieron el 6 de septiembre con 1.458 toneladas de bombas explosivas y 12.500 bombas incendiarias en la parte Este. El centro de la ciudad quedó arrasado, solo el teatro se mantuvo en pie, el 80 por ciento de los edificios fueron destruidos.

Años después, gracias al impulso del escritor, aventurero y también ministro André Malraux la ciudad comenzó a transformarse y renacer de nuevo. El responsable fue el arquitecto Auguste Perret con la colaboración de otra docena de colegas. Aunque con notable retraso y más de 50 años después de su muerte, Le Havre ha pasado a formar parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco, que ha destacado la excepcional unidad e integridad de su plan de reedificación. La reconstrucción de esta ciudad es un notable ejemplo de aplicación de los principios de la arquitectura y la planificación urbanística de la postguerra, basados en la unidad metodológica, el uso de elementos prefabricados, el recurso sistemático a una trama modular y la explotación innovadora de las posibilidades del hormigón.

El impulso de Auguste Perret

Entre las obras más representativas de Perret destaca la iglesia de Saint-Joseph, una catedral futurista concebida como memorial a los caídos, en la que derrochó su pasión por el hormigón armado del que empleó 50.000 toneladas, un material que considera tan bello como la piedra y que resultaba adecuado durante la estrechez económica de los años cincuenta. Sus impresionantes vitrales de la artista Marguerite Huré, (nada menos que 12.768) están formados por pequeños cristales en 50 matices de verdes, rojos, violetas, amarillos, naranjas y blancos que aportan un ambiente diferente según la hora del día destacando la verticalidad de la obra de Perret.

Muy cerca está otro de los iconos de la ciudad, esta vez obra del arquitecto brasileño Óscar Niemeyer, que también ha contribuido al patrimonio arquitectónico de la ciudad con Le Volcan, erigido en 1982. Fue un encargo del Partido Comunista Francés, que gobernó la ciudad durante tres décadas y la convirtió en uno de sus principales feudos. Este complejo cultural consta de dos unidades independientes en forma de volcán, un centro de convenciones y un espacio escénico, también incluye una espectacular biblioteca. En la misma zona está el lugar donde Monet, quien vivió en la ciudad durante su juventud, pintó el mítico lienzo Impresión sol naciente. Por cierto que en distintos rincones hay carteles con reproducciones de algunos de las pinturas que los impresionistas plasmaron al aire libre en la ciudad y sus alrededores. Algunos de los originales se encuentran en el MuMa, Museo de Arte Moderno André Malraux, un cuadrilátero de cristal en primera línea de mar que expone una colección permanente que incluye obras de Renoir, Pissarro, el mismo Monet o Raoul Dufy, entre otros muchos. Es la segunda colección impresionista de Francia después de las de París.

Nada más salir del MuMa se puede admirar el Catène de containers, dos arcos hechos con 36 contenedores obra del artista francés Vincent Ganivet, la escultura, de 13 metros de alto y 230 toneladas de peso destaca por su colorido y se ha convertido en un emblema de la ciudad. El paseo puede proseguir hacia los muelles industriales, ahora convertidos en zona comercial y de ocio. Entre centros comerciales y salas de conciertos destaca el complejo acuático de los Bains des Docks, compuesto por varias piscinas interiores y al aire libre, firmadas por el arquitecto Jean Nouvel en 2008.

El centro histórico

Poco queda del viejo Le Havre, pero vale la pena visitar la catedral de Nôtre Dame, mezcla de estilos gótico, renacentista y barroco, que data de finales del siglo XVI y aunque quedó bastante afectada por las bombas, como anécdota y considerado un milagro por parte de la población local, decir que se salvó por completo de la destrucción el Cristo crucificado que hoy en día se puede observar en una de sus paredes junto con una foto de su milagroso salvamento en 1944.

La abadía de Graville, el edificio más antiguo en Le Havre, que combina a la perfección los estilos románico y gótico y la capilla gótica de Ingouville, del siglo XV, también merecen una visita. Por cierto, durante toda la visita a Le Havre uno podrá ir encontrandose alguno de los 50 Gouzous, los personajes sin rostro protagonistas de los grafittis pintados por el artista callejero Jace en 2017 en conmemoración del 50 aniversario de la reconstrucción de la ciudad. Cuando se terminó de pintar el último, la ciudad celebró un concurso que consistía en que el primero que hiciera una foto a los cincuenta ganaría uno pintado por el artista.

Se puede completar el recorrido por Le Havre con un paseo por sus Jardines Colgantes y su Jardín Japonés, situado cerca del Gran Puerto Marítimo de la ciudad y visitando su mercado central donde se pueden encontrar los mejores productos locales y para no olvidarse de la arquitectura, echar un vistazo a La Maison de lArmateur, situada frente al mercado, es del siglo XVIII y destaca su composición interior organizada alrededor de un pozo de luz central, es un museo emblemático de la historia de Le Havre. Y si de camino uno se ve en la necesidad de cortarse el pelo, en el barrio de Saint-Fransois de Le Havre disfrutará de una experiencia única, medio peluquería, medio museo de la marina todo combinado Le Salon des navigateurs ofrece al visitante una colección de modelos de barcos, utensilios de peluquería escenificados en tres habitaciones. ¡El lugar es sorprendente y difícil de imaginar!

También hay que destacar que los amantes del windsurf y el kitesurf no pueden dejar de practicar estos deportes en sus playas, propensas al viento y a las olas, que lo convierten en uno de los destinos más populares de Francia para los enamorados de estos deportes acuáticos.

Por último, el Gran Puerto Marítimo de Le Havre es el puerto francés número uno en tráfico de contenedores y el quinto del norte de Europa, si uno nunca ha visto de cerca un barco portacontenedores hay una excursión que, además de contemplar las vistas de la ciudad desde el mar, se acerca a estos colosos marinos. Una experiencia difícil de olvidar.

A muy poca distancia

Situada a apenas 30 kilómetros al norte de Le Havre está Étretat, que fue en su día refugio de artistas y nobles. El novelista y periodista Alphonse Kaar, escribió con singular acierto en Le Figaro: Si tuviese que enseñar el mar a un amigo por primera vez, elegiría Étretat. Sus acantilados de roca caliza blanca fueron elogiados por el escritor Guy de Maupassant y plasmada en óleo desde distintas tomas por numerosos pintores y de modo especial por Monet que dedico una serie de treinta pinturas a los acantilados de Étretat y su famoso arco la Porte s´Aval. Su playa, enmarcada entre los acantilados de Aval y Amont, presenta los guijarros más pequeños de la costa de Alabastro, prácticamente redondos y perfectamente pulidos.

Un poco más lejos se encuentran las playas del Desembarco de Normandía: Utah, Omaha, Gold, Juno y Sword, nombres en clave, las playas del Desembarco de Normandía ocultan tantas historias como hombres pisaron su suelo la mañana del 6 de junio de 1944. Como la del paracaidista norteamericano John Steele, el paracaidista estadounidense que se quedó colgado del campanario de la iglesia de Sainte-Mère-Église durante el Desembarco y cuya historia fue inmortalizada en la película El día más largo. Todavía se puede ver su silueta colgada del campanario donde un maniquí le rinde homenaje. O las miles de historias de la llamada Omaha la sangrienta que conserva el recuerdo del enorme tributo pagado por el ejército estadounidense muchos de cuyos miembros descansan en el cementerio de Colleville-sur-Mer, donde 9.387 cruces blancas destacan sobre el césped verde y el azul del mar.

Un carácter bien distinto tiene la playa de Trouville y aunque las señoras ya no están en corsé ni los caballeros con traje y corbata, la que llamaban la playa más bella de Francia en el siglo XIX sigue siendo elegante con su famoso paseo, sus cabinas de baño y sombrillas multicolores. Boudin, Monet, Caillebotte y muchos otros pintaron preciosas escenas de comidas... en la arena. También lo hicieron en la cercana Honfleur que, como hace 150 años, sigue siendo esa hermosa y encantadora pequeña ciudad portuaria, con su precioso puerto lleno de embarcaciones y terrazas y rodeado de casas de los siglos XVI a XVIII a cual más singular, cada una con su propio tamaño, color y forma. Un edificio destaca a la entrada del muelle: la Lieutenance, una enorme mole de piedra que sirvió como residencia del lugarteniente del Rey en el siglo XVII. No hay que olvidarse de visitar la deliciosa Iglesia de Santa Catalina, un precioso templo de madera de 1468.





Birmania, el país de la eterna sonrisa y las sorpresas permanentes



Texto: Enrique Sancho
Fotos: Carmen Cespedosa y varios autores 

Hace apenas diez años Birmania, o Myanmar, como ahora se llama, era un país casi desconocido, ajeno al turismo y con numerosos conflictos internos. Pero desde 2010, y sobre todo en 2015, las cosas comenzaron a cambiar. Myanmar o Birmania, ambos nombres son hoy aceptados, si bien en 1989 la junta militar que gobernaba el país decidió cambiar Burma (el nombre en inglés) y todos los topónimos como Rangún, Pagan, Bassein o Arakan porque los nuevos nombres eran más inclusivos (esa palabreja tan de moda ahora que justifica el uso de todos y todas, miembros y miembras...). Pero el argumento es dudoso ya que tanto Burma como Myanmar tienen la misma raíz etimológica en lengua birmana, una es el nombre como suena y la otra como se escribe. En todo caso, a nadie se le ocurre llamar a sus habitantes myarmanos y siguen siendo los birmanos de toda la vida.

Y son esos habitantes, mujeres y hombres, niños y ancianos lo que hace peculiar este país, se llame como se llame. Más allá de las preciosas y misteriosas pagodas de Bagan, la inmensidad colorida del lago Inle, la majestuosidad imperial de Mandalay, la inmensidad de las grandes montañas del norte o el atractivo caos de Yangon son sus gentes, con su eterna sonrisa, su calma, su inocencia y bondad las que convierten a Birmania en algo muy singular.

Mientras los hombres, vestidos con la tradicional falda birmana llamada lungui, las mujeres con el rostro en buena parte cubierto con la casi milagrosa thanakha y siempre con paraguas, tanto por el sol como por la lluvia monzónica, y los niños tratando de vender un pañuelo, un bolso o una cajita de laca (pero nunca pidiendo) rodean al viajero y posan encantados para sus fotos, se comprueba que éste es un pueblo feliz y que el mejor de sus tesoros está dentro de ellos mismos. ¡Mingalaba! Es el saludo habitual para empezar a llevarse bien.

Pero, en efecto, Myanmar tiene mucho que ofrecer. Esta es una selección de diez de sus mejores encantos:

En la ciudad colonial que habitó Pablo Neruda
Una de las sorpresas que guarda Rangún hoy Yangón, antigua capital de Birmania hoy Myanmar, es la casa y el barrio en los que habitó el chileno Pablo Neruda en los años 20 durante su etapa como cónsul y con apenas 23 años. Aquí esbozó su «Residencia en la Tierra» obra de poemas en la que despliega un romanticismo genuino, nocturno, solitario, desafiante y apasionado. Algunos de ellos fueron inspirados por su amante birmana Josie Bliss. No es el único escritor famoso relacionado con Myanmar. En muchos lugares te ofrecen en cualquier idioma, incluido el español, Los días de Birmania, de George Orwell, y constantemente se hacen referencias a Camino de Mandalay de Rudyard Kipling. Pero queda poco de esa ciudad colonial, apenas unas casas coloristas llenas de cables y balcones con ropa tendida. Hoy el centro vital, saturado de coches, aunque no tantos como en otras ciudades asiáticas y, curiosamente, sin motos ni bicicletas, está en el Jardín Mahabandoola donde están los principales edificios patrimoniales, como el Ayuntamiento, el Tribunal Supremo y el monumento a la Independencia. A su sombra y a la de los chinthes que lo rodean (deidades mitad león, mitad dragón) se reúnen algunas familias. Casi todas las mujeres, y también muchos niños y hombres tienen buena parte de la cara cubierta con thanakha, una pasta procedente de un árbol parecido al sándalo y cuyo uso no está claro; según a quien preguntes, explican que es protector solar, antimosquitos, cosmético, antiacné, y anti arrugas... es muy barata y lo venden por todas partes. Aunque el contacto con las cordiales y sonrientes gentes de Birmania es constante, una buena experiencia es hacer un breve recorrido en la Yangon Circle Line, un vetusto tren que bordea la ciudad en tres horas y es suficiente con recorrer tres o cuatro de sus 38 estaciones. A bordo la gente transporta enormes sacos con comidas o ropas y los vendedores de todo tipo tratan de aprovechar el viaje, las tentaciones son muchas: manzanas, mangos, naranjas, sandías, huevos...

Deslumbrase con el oro de la Scwedagon Paya
El principal monumento de la ciudad, y de todo el país, es la pagoda, o zedi, Scwedagon, de 99 metros de altura y uno de los lugares más sagrados del budismo ya que allí se conservan 8 pelos del maestro. Está decorada con 27.000 kilos de pan de oro (pregunta al margen: ¿Por qué si Buda, Moisés, Cristo o Mahoma vivieron en la pobreza y predicaron la austeridad a sus seguidores, las iglesias que fundaron y sus centros de culto –pagodas, sinagogas, catedrales o mezquitas– se empeñan en forrarse de oro y piedras preciosas...?) y en la parte superior o hti, de la estupa hay incrustados (alguien se ha preocupado de contarlos) 5.448 diamantes, 2.317 rubíes, zafiros y otras gemas, además de 1.065 campanas doradas. Arriba del todo hay un diamante de 76 quilates (un quilate equivale a 0,2 gramos). Los visitantes, sin zapatos ni calcetines, como en todas las pagodas, se admiran de la devoción de los fieles que pasan horas ante cualquiera de los más de 1.000 budas que se cree que hay. Muchos leen el Tipitaka, la colección de los antiguos textos budistas escritos en el idioma pali, que constituyen el cuerpo doctrinal y fundacional del budismo theravada, aunque, signo de los nuevos tiempos, algunos lo hacen sobre su móvil o e-pad. Les ofrecen flores y chucherías, incluso hay vendedoras que ofrecen pájaros vivos como ofrendas para Buda, y las mujeres, sobre todo, se dedican durante interminables minutos a derramar cazos con agua, dar brillo y limpiar las estatuas. Cada una parece tener su Buda favorito. No son las únicas que se afanan en la limpieza, legiones de barrenderas en filas de a 15, cada diez metros, recorren sin parar la gran terraza para que siempre esté impoluta. La limpieza era una de las obsesiones de Siddharta Gautama.

La ciudad de las 5.000 pagodas
Unos dicen que son 2.000 otros que 4.000 y los más optimistas hablan de hasta 5.000 pequeñas y no tan pequeñas pagodas en Bagan, la mayoría de ladrillo y solo unas pocas doradas, casi todas de los siglos XII y XIII, muchas de ellas sufrieron daños en el terremoto de 2016 pero están siendo restauradas. En todo caso se trata del complejo religioso más grande del mundo que ya deslumbró a Marco Polo: Brillan como mil fuegos dijo de las pagodas y estupas de la llanura, que entonces sumaban más de 13.000 y forman uno de los más bellos cuadros del mundo, por ello la Unesco los acaba de incluir en su lista de Patrimonio de la Humanidad. Entre ellas, la mayor de todas, la Dhammayangyi Pahto, construida en el siglo XII por un rey que quería alcanzar méritos suficientes como para compensar que había matado a su padre, a su hermano y a su esposa. Por lo general, los interiores de los templos de Bagan no acogen riquezas ornamentales. Destacan los espacios pensados para estimular la meditación. En ocasiones, hay altares para los nats, los espíritus de la naturaleza, y rincones para orar ante los símbolos protectores del día de la semana en el que uno ha nacido. El conjunto es espectacular al caer el sol, ver atardecer en esta llanura cuajada de templos, que se elevan sobre una tierra roja y parecen escondidos entre la vegetación tropical, es asistir a un espectáculo prodigioso, uno de los atardeceres más bellos del mundo. Cuando el tiempo y la temperatura lo permite, el cielo se llena de globos aerostáticos que ofrecen un espectáculo sorprendente. Si se tiene tiempo no hay que perderse subir al monte Popa, un lugar sagrado para los birmanos, coronado por un monasterio al que se accede después de subir 777 peldaños, un esfuerzo que merece la pena.

Contemplar y comprar la esmerada artesanía del lacado
Myanmar es un auténtico paraíso para las compras, toda su artesanía es muy barata, además es muy original y variada. Las tentaciones van desde las piezas y joyas de plata, a los pañuelos de seda y también realizados con fibra de loto o de bambú, pero tal vez lo más original son las marionetas, todo un arte en Birmania, con las que se hacen espectáculos muy originales, y especialmente las piezas lacadas o yun, como aquí se llaman, cuyo origen se remonta al siglo XII y sobre todo se elaboran en Magan, donde hay todo un bario dedicado a este arte. Se hacen cuencos, jarrones, cajas, platos, bolsos... El proceso es largo y complicado. Se inicia creando el recipiente con bambú que se corta, suaviza y trabaja para dar la forma del objeto deseado que resulta muy fuerte –la prueba de fuego suele consistir en ponerse de pie sobre una cajita del tamaño de una taza y comprobar que no se rompe–, y con un brillo espléndido. Luego se dan un mínimo de siete capas de laca, siempre con la mano para apreciar si hay impurezas, y en la última se añade el color, casi siempre negro. El grabado se realiza con las manos, sin modelo, de memoria, utilizando un estilete y un pincel. Algunas piezas grandes requieren hasta seis meses de meticuloso trabajo. La laca es inalterable, y los objetos en laca pueden preservar toda su belleza durante años.

Anawrahta, coleccionista del reliquias de Buda
Un personaje singular en la historia de Birmania es el rey Anawrahta que, además de fundador de Bagan en 1044, fue también el artífice de los secretos que todavía hoy envuelven a la ciudad y por los que este lugar es tan popular entre los birmanos. Inspirado por las enseñanzas de Buda, hizo de su vida una cruzada para hacerse con alguna reliquia del maestro. Al final consiguió un diente y varios cabellos que, según la leyenda, colocó dentro de una cajita sagrada a lomos de su elefante blanco, al que dejó en libertad. El animal se paró en cuatro lugares distintos en los que el rey mandó construir cuatro estupas que todavía hoy guardan dichas reliquias. Estos templos son los más visitados por los birmanos en la actual Bagan, ya que creen que si se medita en todos ellos en un mismo día se cumplirá el deseo que persiguen. Entre ellos destaca Shwezigon, la segunda estupa más importante del país, después de Shwedagon, en Yangón. Shwezigon es el principal centro de peregrinación de Bagan y ha incrementado, más si cabe, ese aura de misterio del recinto que, ya por sí solo, guarda numerosos enigmas. La pagoda se encuentra en el centro de una gran plataforma, alrededor de la cual se han construido otros santuarios y pagodas. Después de tantos templos budistas, tras el oro y el blanco que las cubre, se agradece un paseo por el río Irawadi, mejor al atardecer, contemplando las plantaciones de mangos y bananos, las rústicas cabañas y las inevitables pagodas fundidas entre la vegetación.

Observar el retrato más vivo de Buda... cubierto de oro
La siguiente etapa del recorrido es Mandalay y, naturalmente, hay que empezar con una nueva pagoda, la de Mahamuni que al decir de las gentes de aquí, es la que representa la imagen más real de Buda, la más venerada y es uno de los lugares de peregrinación budista más importantes de Birmania. La imagen de Mahamuni está consagrada en una pequeña cámara coronada con un techo de estilo birmano Pyatthat de siete niveles. Como no podía ser de otra forma, también está cubierta de oro cuyo grosor aumenta día a día, ya que es una tradición que los hombres las mujeres tienen vetado el acceso adornen con pan de oro que se llama shwe cha cada rincón de la estatua. Se cree que ya tiene una capa de casi 20 centímetros lo que ha hecho distorsionar la imagen original. Cada día a las 4 de la mañana los monjes veteranos lavan la imagen en un ritual que dura bastante. Como contraste a tanto oro, vale la pena visitar el monasterio de Shwenandaw, que originalmente formaba parte del Palacio Real, todo él realizado con intrincadas tallas de madera de teca, representando criaturas míticas, animales, bailarines y flores. Algunos de los paneles mejor conservados se encuentran dentro del edificio, protegidos del clima y la luz solar. Entre ellos hay una serie de paneles tallados que representan escenas de los cuentos de Jataka sobre las vidas anteriores de Buda. Dentro de la sala principal en el centro del edificio está la imagen principal de Buda, con espíritus nat que la adoran. También aquí solo los hombres pueden rezar.

Recorrer el puente de los mil pilotes
Su imagen se ha hecho famosa porque se ha utilizado con frecuencia para publicidad, y también porque es una de las atracciones más interesantes de Myanmar. El puente U-Bein, situado en Amarapura, a pocos kilómetros de Mandalay, es la pasarela de madera de teca más larga del mundo, se curva suavemente a lo largo de 1.200 metros a través del poco profundo lago Taungthaman, creando uno de los sitios más fotografiados de Birmania. Sorprende que haya resistido más de 200 años sin que apenas haya habido que cambiar ninguno de sus soportes. El reflejo de más de 1.000 postes de madera que lo sostienen sobre el agua, especialmente si se recorre el lago con una pequeña barca de remos de las muchas que se alquilan en la orilla, es un espectáculo grandioso, sobre todo en la puesta de sol o al amanecer, cuando cientos de aldeanos y monjes lo cruzan de un lado a otro. En la orilla decenas de chiquillas se afanan en vender algo: bolsos, cajas lacadas, pañuelos, abanicos... No son muy insistentes y cuando uno las rechaza, se conforman con decir: luego, más tarde, otro día, si...?

Descubrir los pescadores que reman con un pie
El lago Inle es otro de los iconos de Myanmar. Es un enorme y sereno lago bordeado por pantanos, jardines y huertas flotantes, con aldeas de casas de madera como palafitos y los inevitables templos budistas que se elevan sobre el agua. Alrededor del lago hay un paisaje que bien podría recordar el de Asturias o Cantabria, con altas montañas cubiertas de vegetación. Todo es muy bucólico cuando se recorre en una barca, con motores fueraborda de cola larga que manejan hábilmente para evitar la vegetación flotante, pero sin duda la principal atracción del lago son sus pescadores de la etnia Intha, cuyo significado es hijos del lago, que, a bordo de unas también largas y estrechas canoas se impulsan con un pie enroscado en un remo, con una técnica única, mientras con las manos manejan una red en forma de embudo. Mientras se recorre el lago, a veces por intrincados canales en los que parece que la barca va a enredarse con las plantas de nenúfares, lotos o jacintos, se observan casas, restaurantes, telares de seda, tiendas, monasterios y escuelas que están aposentadas sobre palafitos de bambú casi podrido. En uno de los recodos, mientras niños y adultos se bañan en las marrones aguas, se descubre Indein, un conjunto de pagodas de ladrillo, muchas de ellas abandonadas, que, curiosamente, todas las gentes del pueblo se esmeran en arreglar, arrancando las plantas que las cubren o restaurando sus muretes.

Disfrutar una gastronomía original y divertida
La comida de Myanmar tiene una identidad especial. Aunque sus países vecinos influyen en la cocina, la comida no se parece directamente a la tailandesa, india o china. Una comida típica de Myanmar se organiza alrededor del arroz con platos de pescado o carne que se cocinan con cebolla y salsa de ajo. La sopa puede ser clara, cremosa o agria y se sorbe durante la comida para limpiar el paladar. Las ensaladas son una guarnición popular y algunas, como la ensalada de hojas de té en escabeche llamada lahpet, se comen como bocadillos. Mo Hin khar, un caldo de pescado espeso con finos fideos de arroz, es posiblemente el plato nacional más famoso de Myanmar y generalmente se come en el desayuno. En un puesto callejero cuesta unos 25 céntimos de euro. Otra opción deliciosa es el popular Ohno Kaukswe, una sopa de pollo a base de coco con fideos.

Descansar en hoteles encantadores y singulares
Pese a que Myanmar se ha abierto al turismo hace apenas unos años, su oferta hotelera es espectacular. Las principales cadenas internacionales -incluyendo la española Meliá- tienen establecimientos en las grandes ciudades y, por supuesto, en la vieja capital, la actual es Nay Pyi Taw. Pero Myanmar tiene propuestas muy originales y con encanto en algunos lugares. Por ejemplo sobre el lago Inle se encuentra el Inle Princess un conjunto de cabañas de madera construido por los propios habitantes del lago sobre sus aguas, con muebles hechos a mano y chimeneas de diseño. En su restaurante se cocinan los alimentos que se han obtenido allí mismo. Otro ejemplo es el Hotel @ Tharabar Gate en Bagan, que se encuentra en el sitio arqueológico más singular del sudeste asiático, rodeado por más de 4000 templos y pagodas antiguas, las habitaciones están decoradas con suelos de teca y muebles típicos birmanos. Tiene una espectacular piscina y spa. En la antigua capital, Yangon, hay hoteles de lujo como el Sedona el Sule Shangri-La el Chatrium Royal Lake Hotel, el Pullman Yangon Center Point y muchos más, todos excelentes.